–Diculpame, ¿tenés hora? –preguntó la chica
del tatuaje del trébol en la espalda.
–No, pero espera que pregunto. –retrucó el
caballero que, como todo caballero, se dispuso a auxiliar a aquella
mujer. –Disculpe señor, sí, usted señor, ¿tiene hora?
–A ver... no, tal parece que me he olvidado el
reloj. –contesto el señor del maletín rojo y se quedó ahí
parado, como si hiciera causa común con la chica del tatuaje y el
caballero.
Ambos tres se decidieron a encontrar la solución.
Y recibieron respuestas, tal vez no las apropiadas, pero bueno, en
estos tiempos ya era un logro que alguien te responda una pregunta.
"No tengo hora, pero tengo un reloj, hermoso,
sin pilas ¿quiere verlo?" le respondieron al caballero.
"No bombón, pero tengo otra cosa" le
respondieron a la chica del trébol.
"No señor, discúlpeme. ¡Pero que bonito
maletín tiene! ¿puedo verlo?" le respondieron al señor del
maletín rojo.
Y esas fueron, sólo por citar algunas, las
repuestas que obtuvieron. De todas maneras, y para ser justos con los
hechos, todas aquellas personas se quedaron juntas y ya hacían un
número interesante, tanto que algunos se vieron obligados a aguardar
bajo la calle.
Entonces, tenemos a la chica del tatuaje, al
caballero, al del maletín rojo, al del reloj sin pilas, al
piropeador solitario y al que le gustaba el maletín del señor del
maletín rojo, entre otros muchos que se iban sumando conforme todos
iban preguntando la hora. La estación Lacroze era un panal de abejas
danzando unas con otras buscando develar la incógnita.
Lo bueno era que todos teorizaban o inventaban
alguna explicación, en una de esas se metió un matemático o un
físico (no podría distinguirlos) y dijo:
–Yo podría calcular qué hora es midiendo el
ángulo que dibuja la proyección de la sombra del tacho de basura
aquel –dijo muy solemne el físico/matemático.
Pero ocurrió casi lo mismo que con el reloj sin
pilas, la calculadora que tenía era de energía solar y casualmente
era un día de lo más nublado... Tampoco tenía un metro para poder
medir la proyección de la sombra.
Entonces, algunos corrieron desesperados a pedir
pilas para el reloj, otros a seguir pidiendo la hora y otros
ensayaron danzas de la lluvia, supongo que para que una vez que
llueva el sol salga de su descanso e ilumine las celdas fotovoltaicas
que presumía la calculadora del físico/matemático. Sin dudas, de
todas las posibles salidas, esta última era la más complicada e
innecesaria pero sin dudas la más divertida.
A otro –creo que al piropeador solitario– se le
ocurrió dejar de mirar a la del tatuaje y fijarse en el horario de
los trenes, vio que llegaba uno e intento encontrarlo en la gran
estructura de metal que estaba sobre la boletería, pero no tuvo
suerte (como con la chica), la grilla era tan grande que nada podía
asegurar si se trataba del tren de las 8.45am o en realidad era el de
las 11.30am. Habiendo dicho esto tengo que mencionar que tampoco los
guardas podían saberlo.
Con la formación recién llegada un grupo de
insurgentes encabezados por el señor del reloj sin pilas se
dispusieron a atacar deliberadamente a los recién llegados,
desesperados buscaban en los boletos alguna marca horaria que
permitiera conocer la hora, esta actividad que roza la epistemología
tampoco llego a buen puerto. Fuera de algunas peleas aisladas con los
usuarios que prácticamente se sentían acosados por aquellos
muchachos, los boletos que pudieron sustraer mostraban horarios de
los más diversos, la franja horaria de los boletos recogidos iban
desde las 7am hasta las 9am, haciendo la tarea de calcular la hora
una actividad totalmente inexacta, ¡si tan solo hubiese estado
despejado y la calculadora funcionase!
El malestar general estallo cuando se encontraron
con que algunos transeúntes coleccionaban boletos, entonces la
franja de 7am a 9am se extendió prácticamente hasta las 5pm, es de
esperar que en estas condiciones también se pierda la cuenta de que
día del mes se está.
Por lo cual, todo era un gran lío, las señoras ya
no sabían cada cuanto debían tomar sus pastillas, a estas alturas,
"cada dos horas" daba lo mismo que "cada dos días".
En ese momento la señora de las pastillas le grito al
físico/matemático "¿y vos como querías calcular la sombra
del tacho de basura si está nublado?" a lo que otro, tal vez el
conductor del tren agrego "¿Pero a quién se le puede ocurrir
tal estupidez?", "Bueno –terció el físico/matemático–,
al menos propuse algo, no los veo a ustedes más que quejarse y
quejarse".
La cosa se iba poniendo cada vez peor, un grupo de
infantes comenzó a llorar y sus madres no sabían si necesitaban un
cambio de pañal o si querían la teta, ninguna de ellas sabía
cuánto tiempo había pasado desde la última vez que los habían
amamantado. En un intento de desesperación algunas se rasgaron el
escote y todo se volvió más confuso aun, algunos bebés seguían
llorando más fuerte y otros empezaron a amamantar en una clara
muestra de como el orden biológico se impone frente a la cronología.
Este episodio condujo inexorablemente a que algunas madres ya no
supiesen si el infante al que estaban amamantando realmente era su
hijo o era el hijo de la que estaba al lado. Pero cuando se dieron
cuenta ya sería demasiado cruel destetar a un niño en plena
alimentación.
En la batalla campal que se había vuelto la
estación de Lacroze aquella mañana o tarde (¿quién podría
saberlo?) volaban boletos de tren viejos y nuevos, corpiños, la
calculadora sin energía y algunos maletines rojos.
En ese instante otro grupo se abalanzo frente al
puesto de diarios, pensando que tal vez alguna revista o periódico
pudiese esclarecer, al menos, la fecha. El dueño se defendió como
pudo, pero la avalancha logró derribar el quiosquito que terminó
impactando contra la calle dando como resultado una lluvia de diarios
y revistas que se sumaba a los corpiños y a los boletos. Para peor,
la calle estaba prácticamente tomada por la gente que se agolpaba
alrededor de la estación, era un hormiguero que solo podía ser
distinguido por sectores, los que estaban cerca del "quiosquito
derribado", los que estaban más cerca del "Imperio de la
Pizza", los que estaban rodeando al "auto azul" y
así...
En el tumulto alguien con un corpiño en la cabeza
grito: "¡Ya sé! ¿porqué no nos fijamos en los celulares?"
pero la propuesta fue rechazada rotundamente, después del fiasco de
la calculadora, fiasco del cual ya todos estaban enterados,
difícilmente podrían creer en otro objeto tecnológico. Habiendo
escuchado esto los del sector "auto azul" comenzaron a
tirarle sus celulares que retumbaban contra el chapón del quiosquito
derribado.
De pronto, ya nada tenía sentido, la fecha de
caducidad de los alimentos, ¿quién podría afirmar si un alimento
se había vencido hace dos horas o tres días?, las noticias de los
diarios, los del "quiosquito derribado" comenzaron a
leerles a los demás sectores noticias que bien podrían haber pasado
hace dos semanas, pero que siempre eran recibidas como una novedad y
así, los demás sectores se iban pasando la información uno a uno.
Desde arriba podía verse que el gusano ondeante de gente llegaba
hasta Álvarez Thomas.
A todo esto, saber la hora era un problema
insignificante frente a lo que estaba sucediendo: el sector "Imperio
de la Pizza" había pasado de ser un sector a ser un lugar
estratégico: se había transformado en un fortín fuertemente
custodiado, pues era el sector de la comida. Lamentablemente no eran tan buenos como los del "quiosquito derribado" que
regalaban las noticias a quien quisiera oírlas. La comida se
distribuía de forma gratuita pero siempre controlada por sus
comandantes; la comida (podrida o no) era limitada, mientras que la
información gozaba de una cómoda posición: no respondía a un
régimen cuantitativo. Es por esto que todos, mal que mal, entendían
y aceptaban que el ahora flamante general del Imperio manejara las
provisiones.
Algunas personas quisieron entrar en la estación
para escapar en algún tren que estuviese próximo a salir, no fue
muy grata su sorpresa cuando se enteraron de que los trenes habían
devenido en una suerte de hotel para pasar la noche y, tal como paso
con el Imperio, un grupo lo había tomado y cobraba una módica suma
para acceder a un asiento y otro tanto para tener el privilegio de
dos.
Al contrario de lo que parecía, las cosas se
fueron acomodando de a poco, tal como el ajedrez, mientras avanzan
las jugadas cada movimiento es más calmo y pensado, buscando el
equilibrio.
Por lo demás, se cuentan muchas cosas, se cuenta
que la chica del trébol se fue con el piropeador solitario, algunos
dicen que puede verse al del maletín rojo pateando las calles
buscando a aquel que le gusto el maletín rojo, otros dicen que los
del auto azul inventaron un nuevo idioma similar al código morse
para atacar en la completa oscuridad sin poder ser descubiertos y que
ahora viven en el cementerio, se dice también que los de Lacroze
unieron fuerzas con el Imperio y que juntos planean un ataque para
sacarle territorio a los de Álvarez Thomas, se cuenta también que
el físico/matemático por fin encontró un hilo de sol para
calcular, con una matemática basada en letras, la hora, pero viendo
los desafíos que se avecinaban, realmente a nadie le importaba
demasiado si llegaban tarde al trabajo o a una cita...