martes, 23 de octubre de 2012

Turismo, ad hoc



Se dice que el Turismo es una industria y, en efecto, quienes afirman esto no están equivocados. Se esta equivocado –hay que decirlo– en considerar que con eso alcanza para definir dicha actividad.
El mito del turismo como lo conocemos hoy viene macerándose desde el siglo XIX, luego de la revolución industrial (cuando no). Hoy podríamos decir que, de alguna manera, se ha socializado esta práctica. De un tiempo a esta parte (y como sucede con casi todas las prácticas burguesas) ha ido bajando hacia la plebe, entonces, ahora, cualquiera puede irse dos semanas a las Toninas o, para ser justos con este ensayo, hacer turismo en el interior de nuestro país o fuera de él.
Ahora bien, de este mito forman parte no solamente el usuario (turista) y el lugar elegido sino que, dentro de esta actividad, se encuentran inmiscuidos los medios de comunicación, las agencias de viajes y, en mayor medida, los mismos estados que han adoptado al turismo como una industria válida y, en muchos casos, como su principal fuente de ingresos.
El primer problema que puede verse es que se quiere hacer pasar al turismo como una actividad totalmente despolitizada. No importa el lugar a donde vayamos, no importa cuantas culturas profanemos con la mirada o con nuestro paso, la actividad es una actividad de relax y, de paso, se puede conocer algún lugar exótico. Tampoco importa como son las condiciones del lugar, su mortalidad infantil, sus indices de analfabetismo, etc.; lo que importa es lo inmóvil, esto es: los monumentos, las catedrales, las estatuas. Al turista no le deben importar más que los puntos que marque en su diario de viaje, al turismo se le olvida que con estar en un lugar determinado no se logra nada (visitar un pedazo de cemento con la forma de Zeus no me hace comprender mejor a la cultura griega, tener un frasco de agua del Ganges no me hace conocedor de la cultura India y así podríamos seguir, pero a decir verdad, para hablar de la industria del souvenir se necesitaría realizar otro ensayo).
Aquí se puede ver otra característica del turismo que hace que funcione como mito: al poner en el papel protagónico a monumentos, edificaciones, lugares (si bien históricos, les ocurre lo mismo que a todo lo que pasa por el capitalismo: termina cosificado como objeto de consumo, con la única diferencia que el consumidor no puede hacerse acreedor de una parte; funciona más como un beneficio intangible, pero pago, siempre pago) y no en las poblaciones que los rodean y que interactúan desde tiempos inmemoriales con ellos. Se logra la ilusión de atemporalidad: el monumento siempre permanecerá allí para ser visitado y vuelto a visitar. El hombre no importa, importa la imanencia de sus obras, puesto que el hombre esta atravesado por la historia, no podremos felicitar a Miguel Angel pero podremos contemplar con asombro su David.
Pero esto no es todo. El tema central de este texto (y que bien podría ser tomado como hipótesis) es que el turismo, como principal industria de los países sin una industria fuerte es, en realidad, una ilusión.
El turismo no es una industria renovable, es algo anclado que: o bien puede fabricarse de la nada (tal como los autodenominados pueblos gastronómicos del interior de nuestro país) o bien se consume hasta gastarse por completo (tal es el caso de Perú que cada año va restringiendo sus visitas a Machu Picchu puesto que la poca manutención está deteriorando el antiguo reino de los Incas). ¿Qué esconden estos fenómenos? Detrás de ellos se esconden los manotazos de un sistema que está en franco declive, tomemos estos dos ejemplos:
1. En el caso de los pueblos devenidos en gastronómicos, la única solución que encontraron fue esa, al no encontrar respuestas de un estado liberal tuvieron que lanzarse en una iniciativa propia, es una forma de generar ingresos extras donde antes existía, tal vez, una línea férrea que la conectaba (y, sobre todo, la incluía) en el entramado social y aglutinante de un país. Este fenómeno durará tanto como los consumidores así lo decidan, el día que se creen otros pueblos gastronómicos lo que antes era turismo simple y despolitizado se va a volver una batalla donde el mercado sera el dictador y, como suele pasar, uno quedará en pie mientras que el otro deberá buscar otra forma de explotar su dignidad y hacer que algún turista desprevenido sienta ganas de probar lo excelente de sus productos.
2. En un marco más amplio, o sea, en el caso de los países, la cosa es más o menos parecida: tomemos el caso de Perú o Grecia, ambos tienen una historia llena de esplendor y ambos se desviven por sacar esas joyas de la historia y eternizarlas: forzar su propia historia al estancamiento del presente, sus antiguas ciudades a permanecer congeladas en el tiempo (con esto no le estoy quitando merito, Cuzco es una ciudad hermosa, y ojala siga así por mucho tiempo más, pero dentro de mí sé que va a seguir siendo una ciudad hermosa que solamente tiene al turismo como aliado) y exhibirlas a ojos y oídos totalmente ajenos que vienen, pasan y se van.
El peligro de vivir en una economía donde el turismo ocupa un papel central es obvio, en cualquier momento las potencias económicas pueden desarmarla y hacer que otro lugar sea popular, nada impide pensar que en un futuro cercano no se pueda descubrir otra atracción (sí, atracción turística, como se le suele llamar, igual que como en un parque de diversiones) en otro lugar del mundo que pueda eclipsar a cualquiera de las maravillas que se exhiben hoy día en la gran vidriera que es el mundo.
Resumiendo, el turismo hoy en día cumple la función de ser la industria por excelencia para países subdesarrollados. Y los países del primer mundo lo saben y explotan esta posibilidad, después de todo un país que basa gran parte de su economía en una industria no renovable y que resultaría fácil de desestabilizar no es realmente una gran amenaza...

Buenos Aires, 2012

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